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Entender un Elefante
- Guadalupe Nogués

Epílogo
Una nueva oportunidad

Saberlo no es suficiente, debemos aplicarlo. Quererlo no es suficiente, debemos hacerlo. 

Johann Wolfgang von Goethe

 

Aprendimos

 

En el final de este libro, me habría gustado concluir con algo que no dejé de buscar mientras escribía: la imagen perfecta, la metáfora justa, el momento eternizado de un meme que definiera lo que nos pasó con la pandemia, tres líneas que resumieran la experiencia y su significado y nos ayudaran a entender qué caminos empezar a recorrer, para enfrentar mejor el próximo desafío de este tipo. Sin embargo, eso sería ir en contra de todo lo que sostuve: la complejidad es irreductible a un zócalo de noticiero, a una bandera, a una imagen graciosa, a media docena de palabras ingeniosas. Si algo tenía que decir era precisamente eso: no hay atajos para salir del laberinto; de las cosas complejas se habla de un modo complejo.

¿Aprendimos algo de todo esto? Creo que sí. Volviendo a lo que afirmé al principio, el primer aprendizaje es que tenemos que evitar al mismo tiempo el pesimismo y el optimismo. Salimos de esta pandemia, así que no hay lugar para el pesimismo. Pero también lo estamos haciendo con muchos muertos, mucho sufrimiento, tal vez con un costo más alto del que habríamos pagado si hubiésemos estado mejor preparados y no hubiéramos cometido tantísimos errores no forzados, así que tampoco hay lugar para el optimismo. No somos los campeones de nada. El referí no nos robó el partido. No somos superhéroes ni víctimas: estamos donde estamos, y podemos aprender las lecciones y enseñarlas para que no se pierdan, para que la próxima sea menos grave.

Si hay una idea que siento cercana es la del optimismo pragmático. Suele decirse “deseando lo mejor, pero esperando lo peor”, pero sería mejor una versión que enunciara de manera expresa que podemos hacer algo al respecto: “deseando lo mejor, pero preparándonos para lo peor”. El optimismo ingenuo es una pésima idea. Meter la cabeza debajo de la almohada jamás hace que los monstruos desaparezcan —incluso puede ser un impedimento para reconocer que no hay monstruos—. Por su lado, el pesimismo ingenuo es un acto poco ético, de quien ya se rindió y a quien solo le quedan el miedo o el cinismo. Y no son independientes: en un movimiento pendular, el optimista ingenuo, derrotadas sus esperanzas fantásticas, termina sintiéndose traicionado por el mundo y recae en el pesimismo. Lo que tienen en común es la pasividad: el mundo es así y no hay nada que hacer. Pero, en el marco del optimismo pragmático, es mucho lo que podemos hacer. No estamos metidos en esto solo para jugar: queremos ganar, aunque entendemos que el éxito es siempre provisorio, y que lo humano es enfrentar con decisión la tormenta que nos toca con la esperanza de poder atravesarla, sabiendo que no será la última.

Esto no es lo único que aprendimos. Durante la pandemia se afirmó muchas veces: “Nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo”. No se trata solo de una frase motivacional: los países, las personas, no podemos resolver la situación cada uno por nuestra cuenta, solos y aislados del resto. Si un país quiere resguardar a sus ciudadanos, necesita también proteger a los de los demás países.

El segundo aprendizaje es, entonces, que en estas situaciones no hay lugar para el aislamiento nacionalista: necesitamos reforzar los mecanismos de colaboración internacional; desarrollar sistemas que favorezcan el flujo de ideas, información y soluciones. Una crisis global exige una respuesta global. Eso no quiere decir que tengamos que volvernos obedientes a un poder central, político o tecnocrático, sino que debemos mantener abiertos canales globales de aprendizaje, negociación, colaboración.

 

En tercer lugar, tenemos que renunciar a la ilusión de la pureza. Estamos en el barro, así que de estas situaciones salimos embarrándonos, o no salimos. La declamación desde la torre de marfil —la academia, la política, el periodismo o cualquier otra— y el intento de no equivocarnos son dos errores que conspiran contra lograr soluciones efectivas. Sí, vamos a equivocarnos. Habrá que descartar las promesas de infalibilidad, que son siempre dañinas, porque cuando las ideas propuestas desde la sabiduría “infalible” terminan fallando causan desconfianza no solo respecto de ellas, sino también de las demás ideas, contra sus emisores y aun contra las propias ideas de racionalidad y de experticia. Como dijo alguien: “Si no te equivocás, lo estás haciendo mal. Si no corregís esas equivocaciones, lo estás haciendo realmente mal. Si no podés aceptar que estás equivocado, directamente no lo estás haciendo”.

 

Por último, aprendimos la importancia de desarrollar una mirada dual: atender el corto plazo sin descuidar ni perder la perspectiva del largo plazo, ver el árbol y el bosque a la vez, la pieza que tenemos delante y el rompecabezas completo, nuestros intereses personales y los de la sociedad en la que vivimos, lo que ocurre a nivel local y a nivel global. 

Estrictamente hablando, no es que esto ya pasó y podemos prepararnos para la próxima, como si ahora no estuviera sucediendo nada. La pandemia, en su forma de catástrofe, no de crisis, no terminó todavía, no del todo, no en todos los lugares. El propósito no es entender el pasado, o al menos no por puro interés de anticuario, sino cambiar el futuro. Eso se logra trabajando para revelar lo aprendido, generalizarlo, descubrir qué sirve y qué no, y cuáles son los procesos, en todas las áreas, para seguir aprendiendo, decidir, persuadir y actuar.

 

Agarrar la pala

 

“—¿Cómo llegaste a la quiebra? —preguntó Bill.

—De dos maneras —contestó Mike—. Primero poco a poco y luego de golpe”. 

Nuestra percepción ve el fracaso como algo que irrumpe en forma brusca e inmediata. Sin embargo, si en ese momento miramos hacia atrás, notaremos, quizá por primera vez, todas las señales que nos fueron llevando hacia allí. Con la pandemia sucedió lo mismo. Su llegada era predecible. Y sus consecuencias dañinas, en trazo grueso, también lo eran y, quizá, pudieron haberse prevenido o mitigado. Recién ahora nos es posible mirar hacia atrás y comprobar que nada sucedió de improviso; solo nos dimos cuenta de pronto y, en muchos aspectos, tarde. El búho de Minerva solo vuela al atardecer, dijo Hegel para expresar que la comprensión de un período histórico nos llega recién al final. Contemplarlo con resignación cuando se acaba es un buen recurso para escribir novelas policiales o autobiografías conmovedoras, pero desastroso si es lo único que podemos hacer en el mundo real donde vivimos.

¿Estamos condenados a ser títeres de la Historia hasta que termina la obra y entendemos el argumento? Si creyera eso, nunca habría escrito este libro, que es justamente un intento de empezar a contestar, antes de que se nos pase el envión, la siguiente pregunta: ¿qué podemos hacer, mirando hacia adelante? Así como esta pandemia era inevitable, también lo es que suceda otra, muchas más. Lo que no es inevitable es que nos encuentre mal preparados.

Cuarenta y dos

 

Nunca corrí una maratón. Supongo que la mayoría de quienes están leyendo esto, tampoco: o no somos capaces de hacerlo o nunca lo intentamos. Algunos corredores afirman que alrededor del kilómetro treinta sienten que no pueden seguir adelante. Llaman a eso “golpear la pared”. Es ese punto en el cual ya corrimos mucho, dejamos todo en el camino, y todavía falta muchísimo para llegar a la meta. No podemos más, pero hay que seguir. Quienes logran superar esa fatiga mental terminan la carrera.Y una buena parte de lo que hace falta para eso es distribuir el gran objetivo en varios más pequeños, más cercanos y logrables. Tal vez no pensar en los próximos doce kilómetros, sino en los próximos cien metros, y después, en los que siguen. En el próximo paso y el siguiente. El pensamiento estratégico a veces requiere reformularse en una serie de pensamientos tácticos.

En los problemas salvajes, como somos parte de ellos, debemos también entendernos mejor a nosotros mismos, con nuestras contradicciones, irracionalidades, deseos y necesidades. Pero también somos parte de la solución, y solo poniéndonos a trabajar podemos dejar de repetir esta dinámica una y otra vez. No decidir también es decidir. No actuar también es actuar. Es imposible mantenerse aparte. No hay un lugar cómodo desde el cual mirar el espectáculo y apostar por el resultado.

¿Cuántos granos de arena forman una duna? La acción colectiva empieza con el acto individual. En este caso, con la decisión de ayudar a que el mundo se vuelva más racional, a construir sociedades donde la evidencia pese a la hora de tomar decisiones y donde pasemos de la verdad revelada al diseño sistemático de herramientas, siempre provisorias, siempre imperfectas pero pasibles de mejora, siempre nuestras, para tratar de prevenir o amortiguar las diversas variaciones de la fortuna que nos toquen. Quizá deberíamos juzgarnos más por nuestras acciones y menos por nuestras palabras. Podemos crear modos más elaborados y sutiles de decidir, que empiecen reconociendo que no siempre sabemos, que no todas las decisiones que tomamos son incuestionables, que quienes discuten con nosotros no son necesariamente enemigos, y que reflexionar no es una debilidad, sino una fortaleza. Estamos a cargo, así que lo que no hagamos no se hará.

El mundo es, en parte, lo que hagamos de él.

  • El primer paso es abandonar la pasividad, la resignación, la idea de que somos demasiado pequeños para enfrentar males tan grandes.

  • El segundo es renunciar a la omnipotencia, la creencia de que venceremos siempre y a toda costa gracias a nuestra grandeza, la providencia divina o las leyes de la Historia.

  • El tercero, descartar la noción de seguridad y riesgo cero.

  • El cuarto, desechar la ilusión de que aquello que hagamos no tendrá costo. A veces hay que tomar decisiones duras. La mejor manera de hacerlo es mediante consensos genuinos, mostrando que entendemos los costos en vez de esconderlos debajo de la alfombra y hacer como si no existieran, o patearlos adelante para que se encarguen de ellos los que vengan.

  • El quinto, prescindir de las metáforas militares o deportivas. No es “vencer o morir”. No se trata de “nosotros o ellos”. No somos víctimas de la Historia ni de las conspiraciones. Somos sujetos con voluntad, con libertad para decidir, parte de pequeñas sociedades como nuestros amigos, colegas y parientes, y de grandes sociedades como nuestro país o la humanidad.

 

Hay algo peor que fracasar, y es no haberlo intentado. Es cierto que a veces no sabemos qué hacer, o sabemos pero dudamos y no actuamos. Sin embargo, las oportunidades aparecen de pronto, y ahí se demuestra el valor de estar preparados para reconocerlas y aprovecharlas. La suerte, dijo Louis Pasteur, favorece a quien está preparado. No podemos esperar a sentirnos listos porque ese momento no llega nunca. No saberlo todo no significa que no sepamos nada. No poderlo todo no significa que no podamos nada. No es posible predecir cuál será el próximo desafío repentino de alcance global, pero hay mucho que podemos hacer para recibir mejor el impacto, cuando ocurra, y para salir más rápido y mejor: usar las siete herramientas descriptas en el capítulo anterior y seguramente muchas otras. Ese poder hacer no es gratuito ni automático: requerirá decisión, esfuerzo, disciplina, imaginación, constancia. Demandará asignación de recursos y consensos claros y a largo plazo entre las distintas partes involucradas, acuerdos que vayan más allá de los intereses y las visiones coyunturales, en el entendimiento de que habrá beneficios, pero llegarán mucho más adelante. Significa plantar árboles hoy para que las próximas generaciones tengan sombra. El costo es nuestro, el beneficio, de ellos, y eso lo vuelve difícil, a no ser que recordemos que si hoy tenemos alguna sombra es porque otros, antes, se tomaron el trabajo de sembrar el futuro. Ante todo, deberemos tener en mente lo que nos sucederá si nos sentamos con pasividad a esperar que nos tape el agua.

¿Cómo podemos prepararnos? Hay dos maneras: primero poco a poco y luego de golpe. Fuimos resolviendo esta pandemia mayoritariamente del segundo modo, respondiendo a la emergencia como pudimos. Pero la apuesta es que la próxima nos vaya mejor. Si la bancarrota viene de dos modos, salvarnos de ella tiene un solo camino: poco a poco. Así como con el fracaso no vamos notando los problemas hasta que llega la crisis y nos pone contra las cuerdas, para alcanzar el éxito necesitaremos enfocarnos en hacer las cosas de a poco, pero sin esperar, sin suponer que lograremos la solución de pronto, cuando sea necesario.

Nos salvamos de la bancarrota hoy y ya tenemos que empezar a pensar en la próxima. Nuestra tarea es encontrar los males concretos que hay ante nosotros, sus mecanismos, las dificultades para lidiar con ellos, y empezar a resolverlos. De manera gradual, pero con decisión y sin pausa. Quiero cerrar este libro repitiendo la cita de Valéry con la que empieza —que es también por lo que lo escribí—: si nos preguntan por qué decimos lo que decimos, no es porque queremos decir algo, es porque queremos hacerlo.

 

 

 

 


 

Agradecimientos

El proceso de escritura de este libro fue largo y sinuoso. En el camino, conversé con muchos amigos y colegas y recibí apoyo, sugerencias y críticas útiles, tanto acerca del contenido como del estilo, que me ayudaron a darle forma. Muchas gracias especialmente a quienes leyeron y comentaron los borradores: Sergio Felperin, Pablo González, Silvia Kot, Marco Sartorio, y la editora, Gabriela Vigo.

NOTAS 

 

[54] Hemingway, Ernest. Fiesta, Barcelona, Debolsillo, 2003.

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