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Entender un Elefante
- Guadalupe Nogués

Capítulo 4
Domesticados y salvajes
Tipos de problemas

¡Ve! ¡Enfrenta el problema! ¡Pelea! ¡Gana! Y llámame cuando vuelvas, cariño. Adoro tus visitas. 
Edna Mode, Los Increíbles

Teseo contra Spider-Man 

 

Somos una especie solucionadora de problemas. A veces disfrutamos intentando resolverlos, y así inventamos juegos difíciles como el ajedrez o el go. Pero otros problemas no nos gustan tanto. Son los del mundo que nos rodea, que a veces llegan sin preaviso y nos ponen contra las cuerdas. Estos se pueden presentar de cualquier forma. 

 

En esta realidad dinámica, incierta y compleja, puede ocurrir de todo. Una manera de prepararnos es prestar más atención a los procesos. Los hechos no se repiten, pero los procesos sí. Y podemos delinear ciertas características comunes, que nos permiten, al menos, clasificar los problemas en categorías. 

El Minotauro era un peligroso monstruo que estaba encerrado en su laberinto en la isla de Creta. Teseo se había propuesto matarlo, pero nadie lograba entrar en esa guarida y salir vivo. La princesa Ariadna le dio un ovillo de hilo para que no se perdiera. Teseo entró y fue desenrollando el ovillo a medida que caminaba. Mató al Minotauro y salió siguiendo el sendero trazado por el hilo. Algunos problemas son así, como un hilo. Pueden estar en un ovillo prolijo o enredado, pero siguen siendo un hilo con solo dos puntas. El laberinto mismo no es más complicado que el hilo que podemos usar para marcar el camino. Aun si hay obstáculos que nos dificultan el avance, es un camino lineal. Hay un principio y un final que son claros: se trata de problemas domesticados

Otros problemas son muy diferentes. Se parecen mucho más a una tela de araña: todo conecta con todo, nada es lineal, cualquier cosa que hagamos en una parte tiene repercusiones en otras que difícilmente podamos calcular de antemano. Si no entendemos su dinámica, terminamos como la mosca que, cuanto más esfuerzo hace por salir, más atrapada queda. No hay un principio, no hay un final. Es una red compleja de hilos interconectados y dinámicos. Esos son los problemas salvajes

Distintos tipos de problemas requieren diferentes maneras de abordarlos; clasificarlos, entonces, puede ayudarnos a adecuar las estrategias. Como ocurre con cualquier clasificación, la que ofrezco aquí es arbitraria, y puede haber muchas situaciones de borde en las que no sea claro cuál es la categoría correcta. Del mismo modo, un problema podría, en principio, cambiar de ubicación en algún momento. Sin embargo, este puede ser un marco que nos ayude a entender dónde estamos parados y qué nos conviene hacer: no es una clasificación metafísica sino esencialmente práctica, un mapa a escala para comprender en qué lugar nos encontramos. 

 

Domesticados 

 

Hay problemas muy sencillos, como resolver 3 + 5 o separar una oración en sujeto y predicado. Hay una solución, podemos conseguirla y, para hacerlo, debemos seguir ciertos pasos bastante prefijados. Incluso problemas más difíciles, como enviar una sonda a Marte, están en la misma categoría. Es cierto que no se trata de una tarea escolar, ni es barata, ni simple, pero con expertos, tiempo y dinero, sabemos cómo llegar a una solución haciendo lo que ya sabemos. 

Estos son los problemas domesticados, como el hilo de Ariadna. Ya resuelto el ejercicio escolar, o una vez que la sonda llegó a Marte, el problema terminó. Uno solo de los ciclos que presenté en el capítulo anterior —definir el problema, determinar la solución, implementarla y evaluar el resultado— bastó para resolverlo. Son problemas que podemos definir y acotar con claridad y para los que tenemos información y evidencias suficientes. Disponemos de recursos y procedimientos que imaginamos factibles o que ya funcionaron en contextos similares. Contamos con recetas que, tarde o temprano y con mayor o menor dificultad, van a llevarnos a la solución. Por supuesto, es posible mejorar lo que hagamos, pero el problema permanece idéntico a sí mismo. 

En los problemas domesticados, en principio, no hay iteraciones del ciclo anterior. En todo caso, si cometimos algún error o si ocurrió algún imprevisto, aprenderemos algo que podría ser aprovechado en el futuro, pero cuando ese problema concreto terminó, llegamos al final. Fuimos de una punta del hilo a la otra. Si la sonda no arribó a Marte, tendremos que realizar correcciones para la vez siguiente, pero la naturaleza del problema no cambió. Lo que se debe hacer está bastante claro. Solo hay que hacerlo mejor. 

Algunos pueden ser simples, como en el caso de 3 + 5. Son un ovillo de hilo ordenado y prolijo que se desenrolla con facilidad. En estos casos, la solución correcta es solo una, que está definida y no cambia demasiado. Contamos además con toda la información necesaria para zanjarlo. La resolución es sencilla, siempre y cuando tengamos las habilidades y los recursos básicos, que son medianamente accesibles, y sigamos ciertos pasos de manera lineal. En la vida real existe esta clase de problemas, pero ya casi no los vemos. No son demasiado relevantes más allá de aspectos cotidianos, como preparar una comida o hacer un trámite. 

Los que sí vemos a menudo son problemas domesticados pero complicados, como el de enviar una sonda a Marte. En estos casos, las complicaciones aparecen sobre todo en dos aspectos. En primer lugar, hace falta mucho más conocimiento, el cual a veces puede ser muy difícil de dominar. Incluso es posible que no dispongamos de toda la evidencia que necesitamos para actuar, pero aun en ese caso sabemos qué es lo que nos falta y cómo sería posible obtenerlo. Podemos imaginar la situación completa, entender todas las variables, estar al tanto de qué sabemos y qué no. En segundo lugar, para abordarlos hacen falta muchos y sofisticados recursos. Los problemas complicados, como construir un edificio o practicar una cirugía, requieren expertos de alto nivel, mucho tiempo, dinero o instalaciones adecuadas. Hay además métricas claras para establecer si la resolución fue adecuada: el edificio no se cae, el paciente se recupera. 

Los problemas domesticados pero complicados son un hilo desordenado, enredado y con puntas difíciles de encontrar, pero sigue siendo un hilo con solo dos puntas, y siempre podemos usarlo para salir del laberinto. En estos casos hay más de una solución posible, y cuál de ellas seleccionemos dependerá en parte de nuestro acceso a los recursos necesarios, o a cuestiones de contexto. Pero sí podemos mapear todas las alternativas y luego implementar una de ellas. Este tipo de problemas ya tienen solución o está bastante claro qué debemos hacer para resolverlos. Pueden requerir más recursos, más información, son más exigentes y variados que los simples, pero el camino está relativamente marcado. Además, son más bien estables: no cambian en el tiempo, o, si lo hacen, es posible modelar esa variación como parte del problema. Es por eso por lo que, al resolverlos una vez, podremos hacerlo de manera más eficiente la próxima. 

En los problemas domesticados, sean simples o complicados, las evidencias son indispensables; con ellas y con los demás recursos podremos resolverlos. Ojalá todos fueran así. 

 

Salvajes 

 

Los problemas domesticados son como los perros: podemos hacerlos vivir en un departamento, pasearlos con una correa y darles alimento balanceado. Los salvajes, en cambio, son leones: con suerte y trabajo podremos controlarlos, pero aun así no van a dejar de ser peligrosos. Por ejemplo, combatir el cambio climático antropogénico o reducir la pobreza no son problemas domesticados. Son tan complejos e inestables que, en el mejor de los casos, podemos ir manejándolos o acomodándolos, pero es improbable que tengan una solución definitiva. Enfrentar este tipo de problemas es como entrar en la caverna de la Hidra y cortarle una de las cabezas: le van a crecer otras dos. Aunque controlemos en parte la situación, como conté en el prefacio, la última cabeza es inmortal y podría reaparecer. 

A los problemas salvajes también podemos llamarlos “complejos”, porque, a diferencia de los domesticados, incluyen fenómenos emergentes que son más que la suma de las partes, situaciones dinámicas e inestables [23]. 

Atención: un problema complicado es muy diferente de un problema complejo. Complicado y complejo no son sinónimos en este caso; están usados como términos muy específicos para diferenciar estas clases de problemas: los complicados son una subclase de los domesticados, y los complejos son sinónimo de los salvajes. 

A diferencia de los problemas domesticados, que cuando los acariciamos en el lomo se acurrucan, los salvajes tienden a reaccionar de modo violento e imprevisto. Esto se debe a dos grandes factores. Por un lado, ocurren en sistemas interconectados. Se trata de situaciones multidimensionales y dinámicas en las que el efecto que provoca una solución se transforma a su vez en la causa de otro problema con el que está enlazado. Funcionan entonces como una red, como una tela de araña sin comienzo ni fin, sin esas dos puntas tan tranquilizadoras de los problemas domesticados. 

Además de su carácter sistémico, los problemas salvajes tienen por lo general un fuerte componente social con múltiples partes interesadas (stakeholders), cada una con sus diferentes prioridades y perspectivas. En la búsqueda de soluciones para combatir el cambio climático, por ejemplo, hay muchas partes interesadas, como los ciudadanos (y no es igual el interés de los mayores que el de los jóvenes), las empresas de hidrocarburos, los ganaderos, las autoridades locales, las empresas de tecnología, la comunidad científica, los consumidores en general y tantos otros. Mientras que un problema domesticado, en especial si es complicado, suele relacionarse con cuestiones científicas o tecnológicas, en uno salvaje estamos tratando de resolver algo que afecta de manera más directa a las personas. No solo nos concierne, sino que, para solucionarlo, es necesaria nuestra participación, es decir que debemos hacer ciertas cosas o aceptar determinadas decisiones, y en esos casos no solemos quedarnos callados, no somos indiferentes. Veremos esto con más detalle en el próximo capítulo. 

Estos problemas no son complejos porque sean grandes. No es una cuestión de escala. Puede ser algo más pequeño, como decidir dónde instalar un nuevo basural a cielo abierto: es un sistema, una tela de araña en la que se relacionan diferentes ejes, como lo ambiental, lo económico o lo social, e influyen múltiples actores, como los vecinos que no quieren el basural cerca de sus casas, los grupos ambientalistas o las autoridades locales.

 

Entonces, a nuestro conocimiento incompleto sobre cuáles son las interconexiones dentro del sistema y de qué manera un cambio en un lugar provoca alteraciones en otros, se suma el hecho de que las distintas partes interesadas interpretan ese conocimiento a su modo, priorizan diferentes aspectos del problema y presionan para que se tomen determinadas decisiones. Esto causa tensiones muy fuertes que agregan complejidad. Debido a este componente social, una solución para estos problemas puramente científica o tecnológica, en general, fracasa.

Ciencia y posverdad

 

La ciencia es fundamentalmente un proceso que nos permite obtener evidencias que necesitamos para entender los problemas y saber cómo resolverlos. Nos ayuda a comprender mejor el mundo en el que vivimos, de una manera que, aunque no es del todo a prueba de fallas, es más objetiva y auditable que nuestra percepción personal.

 

A veces, la dificultad está en que ignoramos algo, o lo sabemos de manera incompleta. Pero otras ocurre algo diferente: conocemos una verdad científica pero no la usamos, no confiamos en ella.

 

Esas situaciones en las que, de manera deliberada o involuntaria, se desdibujan o se ocultan hechos conocidos, públicos y a disposición de todo el mundo, y se priorizan las emociones y las creencias personales o de nuestro grupo de pertenencia, se conocen como “posverdad” [24].

 

La posverdad aparece a menudo en los problemas complejos. Está claro que hay tensiones debidas, sobre todo, a los diferentes puntos de vista y necesidades de las diversas partes interesadas. Pero si estas saludables tensiones se transforman en posverdad, la complejidad aumenta. En estos casos, no solo hay que resolver el problema salvaje original, sino que además tenemos que desenredar la madeja de posverdad que lo envuelve. Es posible que un grupo que sostiene una determinada postura ignore la evidencia disponible, la tome de manera incompleta o la distorsione. Tal vez surjan fenómenos como el pensamiento de grupo, en el que se genera una corriente homogénea que reprime cualquier opinión que se desvía de lo aceptado y, así, provoca el silencio de los disidentes. O el tribalismo, cuando se plantean las discusiones en términos de “nosotros y ellos”, donde “ellos” son los que sostienen una postura contraria a la nuestra. En este caso, tomamos la información de manera polarizada; por ejemplo, un grupo que destaca una parte de la información e ignora otra, o considera experta en el tema a una persona y no a otra basándose, no en que sea realmente experta, sino en su cercanía con la opinión del grupo.

Cuando un problema es atravesado por la posverdad, es tentador decir que eso sucede por falta de información. Nada podría ser menos cierto. Explicar, dar más y mejores datos, siempre es importante, pero aquí no cambia absolutamente nada: la posverdad nos vuelve refractarios al conocimiento. Cuando leemos el mundo desde el tribalismo, desde nuestra identidad, los datos no logran hacernos cambiar de opinión. En estos casos, hay que esforzarse por disolver la asociación identitaria, cambiar la forma en la que percibimos el problema y sus posibles soluciones. Si el otro desaprueba la solución que proponemos, considerar que lo hace porque es idiota, ignorante o mala persona no solo suele ser falso, muchas veces es además contraproducente. Ante un problema salvaje, y bajo un contexto de posverdad, las tensiones entre los distintos grupos de interés provocan trabas muy difíciles de superar. En cambio, es difícil que aparezca la posverdad en los problemas domesticados, que, como no nos afectan de modo tan directo, no ocasionan las tensiones más humanas de manejar las diferentes prioridades o puntos de vista.

 

Niveles de complejidad

 

Lo vivo surge a partir de elementos que no lo están, pero que, al organizarse de cierta manera —compleja—, permiten que aparezca la propiedad emergente de tener vida. Nada en los átomos o las moléculas que componen una célula nos permite inferir que podrían combinarse de manera tal que formarán algo vivo. Es su combinación, con cierta estructura específica y compleja, lo que genera ese fenómeno que denominamos “vida”. Con los problemas salvajes pasa algo parecido: aun si podemos conocer medianamente bien sus partes, a menos que los veamos también como la red compleja que son, no vamos a entenderlos, ni mucho menos podremos abordarlos.

 

Es útil pensar en las diferentes categorías de problemas desde esta idea de niveles de complejidad y propiedades emergentes: si vemos algo que se comporta como más que la suma de sus partes, es porque hay una complejidad que genera propiedades nuevas. Como en cada nivel van apareciendo propiedades nuevas, a las dificultades del nivel anterior se agregan otras, propias de esa complejidad. Un problema salvaje es más complejo que los domesticados porque a lo anterior se agrega todo lo relacionado con la dinámica de los sistemas multidimensionales y el aspecto social. Tanto los problemas complicados como los salvajes son difíciles y exigentes, pero mientras que en los primeros hay gran cantidad de cosas para solucionar, hace falta mucha información que puede ser difícil de obtener o requieren importantes recursos, los segundos son difíciles porque ni siquiera podemos terminar de tener claro cuáles son esos desafíos por solucionar. Estar parados arriba de arenas movedizas nos dificulta hacer un mapa.

Retomaré estas ideas más adelante, pero antes veamos qué pasó en la pandemia con estos problemas.

 

Resueltos

 

La pandemia nos tomó por sorpresa, pero identificamos el virus con rapidez, entendimos su modo de transmisión, produjimos vacunas. Esos son problemas que pudimos resolver gracias a enormes esfuerzos humanos, planificación e inversión. Fueron complicados, hilos de dos puntas que estaban tremendamente enredados, pero nos ocupamos de desenredarlos, con prisa y sin pausa. La mayoría de los problemas biológicos o médicos de la pandemia cayeron en esta categoría. Los entendimos enseguida, los resolvimos rápido, con una colaboración global nunca antes vista.

 

Aunque la pandemia fue una catástrofe, también permitió observar cómo puede responder la ciencia ante una emergencia global. Pudimos resolver sus primeros problemas complicados gracias a los avances que habíamos logrado antes y, a partir de ahí, solucionar uno nos fue dando herramientas que nos ayudaban con otros. Así fue como, paso a paso, fuimos dejando atrás este tipo de problemas.

 

Visto en perspectiva, por fuera de nuestra percepción personal, la respuesta científica, médica y tecnológica a la pandemia fue, a nivel global, extraordinariamente rápida y acertada.

Pandémicos y complicados

 

En la epidemia de SARS en 2002 y 2003 —nuestra experiencia anterior más similar y reciente—, pudieron diseñarse test de diagnóstico, pero la capacidad de testeo no fue suficiente para diagnosticar en tiempo real [25]. Con el covid-19, en solo una semana conocíamos el virus y sabíamos que se trataba de una enfermedad infectocontagiosa. Ese conocimiento, además, se compartió entre países con rapidez. Por primera vez en la historia, este tipo de información logró influir en la respuesta de la salud pública de manera casi inmediata. En muchos lugares contábamos ya con tecnología, instalaciones y expertos que pudieron desarrollar test y escalar con velocidad su producción para uso masivo. Eso ayudó a que algunos tuvieran listos los test de diagnóstico incluso antes de la llegada del virus a sus territorios.

Tuvimos vacunas en fase de prueba menos de un año después de haber detectado el virus. En comparación, el de la polio se identificó cerca de 1890, y tomó sesenta y cinco años obtener una vacuna efectiva. Y no, no es solo una cuestión de progreso tecnológico: para el VIH, el virus causante del sida, que fue identificado en 1980, casi medio siglo después y pese a los avances esperanzadores todavía no tenemos vacunas. 

Estos problemas son domesticados porque se parecen a otros que ya resolvimos antes, y complicados en el sentido de que demandaron aprender sobre la marcha y debimos destinar muchos recursos, como instalaciones adecuadas, dinero, atención, tiempo, personal capacitado y decisión política. Hubo errores, y demoras que, analizadas en retrospectiva, podrían haberse evitado —todos somos ingeniosos años después—. En algunos países, el aprendizaje fue más rápido que en otros. Pero, a la larga, pudimos ir superando los distintos desafíos. Desarrollamos conocimiento que progresó de los errores y el caos inicial al conocimiento de calidad, y lo conseguimos con relativa rapidez.

 

Última milla

 

Una vez que aprendimos qué test de diagnóstico funcionaban, tuvimos que fabricarlos con rapidez y en cantidad, y distribuirlos en forma eficiente por todo el planeta en poco tiempo. Cuando en el laboratorio logramos averiguar qué vacunas funcionaban, debimos pasar de unos experimentos exitosos a fabricar millones de dosis. Contra la creencia más común, lo que salva vidas es la vacunación y no las vacunas, así que hubo que lograr que estas llegaran a los diferentes países y, una vez allí, a cada uno de nosotros. Lo mismo pasó con lo demás: los barbijos prevenían la transmisión, pero no había suficientes. Hubo que fabricar más, y aun crear fábricas de barbijos. Dentro de los problemas domesticados pandémicos, los relacionados con la investigación científica y el desarrollo de conocimiento nuevo fueron relativamente sencillos de resolver. Los otros, relacionados con la materialización del conocimiento en objetos y procesos —fabricar, distribuir—, fueron algo más complejos, casi en la transición entre los domesticados y los salvajes.

Las cosas no salieron siempre bien. Hubo fracasos, pausas, retrocesos. En medio de la expedición a la jungla, descubrimos que todos habíamos llevado jamón para los sándwiches, pero nadie tenía pan, y hubo que volver a planear, deshacer y rehacer. Era inevitable que la urgencia y la sincronización global de la demanda provocaran escasez de recursos, al menos en los primeros tiempos. Además descubrimos, a los golpes, que la logística del transporte y la distribución a cada rincón del planeta era extraordinariamente difícil. Bueno, el descubrimiento fue para los que no nos dedicamos a estas cosas: lo que resultó una sorpresa para politólogos y biólogos tal vez no lo haya sido para expertos en comercio internacional y logística.

La dificultad extra de los problemas complicados relacionados con fabricar y hacer llegar se debe en parte a que los recursos, muy demandados y escasos en ese contexto, forman parte de un sistema interconectado, algo más propio de los problemas complejos. En algún momento, uno de los contratiempos fue la escasez de frascos adecuados para envasar las vacunas, en otro, cómo acondicionar los aviones para el transporte a -80° C que se necesitaba en algunos casos. Hubo que resolver tensiones, como encontrar una solución de compromiso entre destinar los recursos a una cosa a expensas de otra.

 

Los problemas salvajes también son más difíciles por otro aspecto típico de ellos: lo social. Se produjo una demanda extraordinaria por parte de la sociedad hacia la comunidad médica, científica, las empresas, los dirigentes y las instituciones y organizaciones en general, de proveer soluciones con rapidez. En nuestros países democráticos, esta presión influyó en la priorización de las decisiones. Es por eso por lo que estos problemas parecen una transición entre los domesticados y los salvajes.

 

A medida que vamos sorteando obstáculos parecería que casi estamos alcanzando el éxito. Sin embargo, que una vacuna candidata no se demuestre efectiva en su etapa experimental o que una vacuna que sí es efectiva no llegue a nuestro brazo es, en un punto, el mismo fracaso: no estamos protegidos. Tal como dice Tolstoi en Ana Karenina, todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. Del mismo modo, hay un camino al éxito y miles de caminos que fracasan. Si la logística de distribución falla en la última etapa del recorrido, no logramos la vacunación. En inglés llaman a esto el “problema de la última milla”. Aunque conozcamos todo lo relevante sobre el virus y las maneras de combatirlo, si esas soluciones no logran llegar a destino, fracasamos.

Averiguar si una vacuna experimental funciona es un problema domesticado, aunque bastante complicado. Producir millones de dosis en tiempo récord y distribuirlas para cubrir la demanda global es más difícil. Llevar adelante campañas de vacunación exitosas es, definitivamente, un problema salvaje.

Durante la pandemia fuimos resolviendo, bastante rápido y bastante bien, los diversos problemas domesticados que iban surgiendo. No nos fue tan bien con los salvajes. Hubo Casandras que advertían que estábamos minimizando la complejidad, que no estábamos pensando en términos de sistemas interconectados y de aspectos sociales. Pero no parece que hayamos podido o sabido escuchar. El propósito de entender en qué lugar estamos no es frustrarnos, sino ayudarnos a decidir mejor, en especial en próximas pandemias. Hacia ahí vamos.

NOTAS 

 

[23] En inglés tienen un nombre intraducible: se los llama “wicked problems”. “Wicked” significa travieso, retorcido, malvado. La Bruja Mala del Oeste del Mago de Oz y la de Hansel y Gretel son llamadas “Wicked Witch”. Pero hablar de un problema travieso o malvado no funciona en castellano.

[24] Me referí a estos temas en mi libro anterior: Pensar con otros. Una guía de supervivencia en tiempos de posverdad, de libre disponibilidad en www.pensarconotros.com.

[25] https://www.who.int/publications/i/item/9789240018440

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