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Entender un Elefante
- Guadalupe Nogués

Capítulo 6
Tierra arrasada
Catástrofe compleja

Cuando conseguís lo que querés pero no lo que necesitás. 
Coldplay

 

 

 

Control de la crisis

 

La leyenda más conocida sobre el origen del ajedrez cuenta que el sabio inventor del juego se lo presentó a su rey, al que le gustó tanto que le ofreció una recompensa. El inventor declaró que estaba satisfecho con haberlo inventado y no necesitaba recompensa alguna, pero el rey insistió. El inventor hizo entonces un pedido muy simple: que se le diera un grano de arroz por el primer casillero del tablero, dos por el segundo, cuatro por el tercero, ocho por el cuarto, y así hasta el último casillero, el 64. Al rey le disgustó el pedido, porque le pareció muy modesto y poco adecuado para la belleza del juego y, sobre todo, para su propia grandeza. Pero cuando hizo la cuenta, descubrió que no alcanzaban los granos de arroz del reino, ni del mundo, para complacer la demanda. Es lo que llamamos un proceso exponencial: el siguiente valor de la serie se obtiene multiplicando el anterior por una constante, en este caso, 2.

En una variación siniestra de esta historia, imaginemos que el inventor, en lugar de granos de arroz, pide que se maten personas: una por el primer casillero, dos por el segundo, cuatro por el tercero, y así. Cuando el rey hace la cuenta, descubre que eso exterminaría a la población de la Tierra, los ocho mil millones que somos, antes de llegar a la mitad del tablero. El soberano saca dos conclusiones: primero, que el inventor es más sabio que él, y segundo, que el mundo natural no admite procesos exponenciales crecientes: más tarde o más temprano, terminan sobrepasando la cantidad (finita) de objetos (personas, granos de arroz, estrellas, átomos) del universo. 

De manera análoga, el crecimiento de una pandemia no es exponencial. Hay dos fuerzas que se contraponen: la gente que contagia y la gente contagiable. Cuantas más personas transmitan el virus, mayor probabilidad de contagio existe, pero también hay menos individuos contagiables (porque lo hicieron antes), y entonces se reduce el número de personas infectadas. Claro que las pandemias no son tan sencillas como esto porque, mientras la enfermedad actúa, la situación cambia: nacemos y morimos, varía nuestra conducta, los agentes infecciosos mutan, es posible que nos reinfectemos, algunas personas logran la inmunidad, etcétera. La epidemiología es fascinante, una disciplina a mitad de camino entre la medicina y los procesos sociales. Hay intervenciones médicas y de otros tipos, y todas son relevantes, todas operan cambiando estos factores que influyen en la expansión y el costo de la pandemia, un costo que, como vimos, es inmediato y también a largo plazo.

El virus nos tomó por sorpresa y al principio hicimos lo que pudimos. Tropezamos y nos levantamos. En distintos países, con diversos contextos, la pandemia adquirió características locales, pero más temprano o más tarde, con mayor o menor gravedad, en todo el planeta atravesamos, a grandes rasgos, la misma situación. Usamos el primer año para salir de nuestro asombro, aprender sobre el virus, ensayar algunas acciones, desarrollar vacunas. El segundo, para producir y distribuir esas vacunas, colaborar mejor en distintos niveles, corregir algunas decisiones. El tercero, para lidiar con las nuevas variantes, las reinfecciones y los costos de la pandemia. Sí, hubo muchas muertes y mucho daño en diversos niveles. Fue una gran crisis, pero fuimos aprendiendo a controlarla.

“Así es como termina el mundo, no con una explosión, sino con un gemido”, dijo el poeta T. S. Eliot. Las pandemias no finalizan como los partidos de fútbol, cuando lo decide el árbitro.

Van acabando debido a la danza de dos grandes ejes. Por un lado, el aspecto puramente epidemiológico, relacionado con la cantidad de casos y su gravedad. Esto depende de la circulación del patógeno, la protección de la población gracias a —por ejemplo— las vacunas, y la preparación del sistema de salud. Es difícil que los diferentes patógenos se extingan, pero, aunque sigan circulando, es común que las epidemias se autolimiten, que vayan llegando a un punto en el que hay menos casos, o una cantidad limitada y estable que no altera demasiado la vida cotidiana. Por el otro lado, existe un momento en el que nosotros, como sociedades, vamos dejando de prestar atención al tema, porque ya no provoca tantas muertes, porque lo naturalizamos, o porque ya no permitimos que siga ocupando por completo nuestras vidas, a veces porque un nuevo suceso, más terrible o más urgente, pasa a dominar la atención pública. Este balance de lo epidemiológico y lo social no ocurre, además, de manera sincronizada en todo el planeta, porque depende del contexto local.

En el caso de la pandemia de covid-19, durante el tercer año, 2022, logramos de manera gradual resolver la crisis del corto plazo. Pero ¿qué pasó con la catástrofe a mediano y largo plazo? Si se tratara de una película épica, los héroes, heridos, agotados, victoriosos, caminarían satisfechos hacia el atardecer. Lograron derrotar al enemigo que amenazaba destruir a la humanidad. Todo vuelve a la normalidad y el mundo que sigue es el del principio de la historia, como si nada hubiera pasado. Frodo regresa a la comarca, la vida retoma su ritmo de siempre. El único efecto permanente es que ahora tenemos nuevos héroes, nuevas historias que contar, nuevos aprendizajes. Se apagan las luces y salimos del cine satisfechos o conmovidos. Pero esto no es una película. Fuera de la sala, las cosas no son tan heroicas, las lecciones no siempre se aprenden, y quedan heridas, tal vez irreparables.

No es demasiado pesimista afirmar que, tras la pandemia, muchos de los avances en nuestra calidad de vida ganados durante décadas han retrocedido de manera significativa. Una vez pasada la urgencia de covid, necesitamos hacer una pausa y mirar alrededor.

 

Todo roto, todos rotos

 

Más de seis millones de personas murieron en el mundo por covid, según los registros oficiales hasta junio de 2022 [30]. Pero, como señalé en el capítulo anterior, esto no alcanza para entender cuántas personas murieron debido a la pandemia; un indicador más apropiado es el de la mortalidad en exceso, cuánto creció la cifra respecto de lo estimado para el contrafáctico sin pandemia. Cuando establecemos eso, vemos que la cifra de muertos parecería ser de aproximadamente el triple [31]. Es difícil todavía obtener un número más exacto porque algunos países reportan su mortalidad en exceso con más rapidez que otros, pero ya sabemos que es una cifra bastante mayor que los fallecidos directamente por covid.

Los países tenemos diferentes patrones demográficos, proporción de muertes en exceso y tamaños poblacionales. Por eso, no es sencillo compararnos en relación con la mortalidad por covid-19. Una posible solución es usar como indicadores la esperanza de vida o los años de vida perdidos. Un estudio calculó que solo en 2020 hubo más de 28 millones de años de vida perdidos en exceso en 31 países, con una tasa mayor en varones que en mujeres [32].

 

Entre las fieras

 

La catástrofe a mediano y largo plazo, asociada a esta pandemia, es consecuencia de la complejidad del problema que teníamos delante.

La mitigación de la pobreza ya era un problema salvaje. La gestión de la pandemia también lo fue. Al combinarse, el resultado no es solo la suma de cada uno, sino un nuevo nivel de complejidad, debido a que el problema de la pobreza y el de la pandemia interactuaron entre sí y ambos sistemas multidimensionales se afectaron mutuamente.

Se pegotearon dos telas de araña, la pandemia golpeó con más fuerza a los más pobres y también causó nuevos pobres, en un ciclo que se retroalimentó. Según el Banco Mundial, la pobreza extrema aumentó en 2020 en todos los países analizados [33]. Estiman que entre 75 y 95 millones de personas más pueden estar viviendo en 2022 en pobreza extrema, comparando con lo proyectado antes del covid-19, debido a una combinación de los efectos de la pandemia, la guerra en Ucrania y la inflación creciente. Además, consideran que los efectos de estas crisis se sentirán hasta 2030 y que, en estas condiciones, no se alcanzarán las metas de disminución de la pobreza [34].

El manejo de la salud pública también es un problema salvaje en el que controlar un área específica de la salud afecta a muchas otras. Con la pandemia esto se debió a varios motivos. Por un lado, los sistemas de salud se vieron sobrepasados y muchos de sus procesos, que dependían del comercio internacional, la producción y el transporte de insumos, no pudieron desarrollarse de modo adecuado. Además, numerosas personas postergaron, voluntariamente o no, sus visitas al médico o sus tratamientos. Por ejemplo, las coberturas de vacunación contra enfermedades distintas al covid-19 disminuyeron de manera alarmante. La OMS y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) alertaron que 26 millones de niños no recibieron sus vacunas durante 2020 y 2021: es el valor más alto en una década. Esto no es un problema inmediato, pero si llegara a haber brotes de las enfermedades controladas por esas vacunas, sería muy serio [35]. No solo hubo menos vacunación, sino que también se vieron afectados los procesos de vigilancia que detectan de manera temprana posibles brotes [36].

La diabetes es una de las afecciones no transmisibles que más muertes provoca (en 2019, un millón y medio de decesos y cerca de 450 millones de personas enfermas, casi uno de cada 20 humanos). Como el covid, es un problema salvaje multidimensional, en el que una de esas dimensiones es nada más y nada menos que nuestro comportamiento en relación con la alimentación y el ejercicio físico, en contextos que muchas veces promueven la malnutrición y el sedentarismo [37]. Contra la imagen de la época de la escasez, en la que la gordura era signo de riqueza y los pobres estaban subalimentados, nuestra época de abundancia cambia los términos y, aunque los pobres siguen estando malnutridos, entre ellos ha crecido la obesidad: las calorías disponibles son suficientes (muchas veces incluso excesivas), pero las más baratas provienen de alimentos con alto contenido de azúcares e hidratos de carbono y son deficientes en proteínas, vitaminas y micronutrientes. Aquí vemos otro ejemplo de combinación de problemas salvajes cuya complejidad es más que la suma de las partes: pobreza, muchos ejes de salud, pandemia [38]. Nada bueno puede salir de ese crossover, y cualquier pensamiento simple o lineal se va a dar la cabeza contra la pared más temprano que tarde. 

Desigualdades

 

El covid nos golpeó a todos, pero, como en tantos otros ejes, fue muy desigual, ya que su impacto mayor se produjo en los más vulnerables. Los primeros indicadores sobre obesidad y sedentarismo en tiempos pandémicos fueron alarmantes. En febrero de 2022, los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos alertaron sobre el extraordinario aumento de la obesidad infantil [39].

La salud mental también se vio dañada. Las enfermedades de este rubro suelen afectar más a las mujeres que a los varones, y durante la pandemia esto recrudeció [40]. En marzo de 2022, la OMS llamó la atención sobre el hecho de que en ese período hubo un aumento global del 25% en la prevalencia de ansiedad y depresión [41].

El cierre de las escuelas provocó otros efectos, más allá de los educativos. En este caso fue clarísima la dificultad para lidiar con un sistema interconectado entre muchas áreas (salud, educación, pobreza, economía) y la tensión inmensa entre distintas partes interesadas (población general, niños, familias, docentes y otros). Ya a fines de 2020, Unicef decía que “aunque la evidencia ha demostrado que no hay relación entre la operación regular de las escuelas y la transmisión comunitaria del coronavirus, unos 90 millones de niños resultaron afectados con el nuevo cierre de los centros escolares en distintos países. Los gobiernos deben tomar todas las medidas sanitarias necesarias para mantenerlos abiertos y evitar un daño continuo al aprendizaje y el bienestar de los estudiantes” [42]. Para septiembre de 2021, continuaban: “El cierre de las escuelas ha generado una crisis para los niños. Además de retrasarse en su educación, muchos no reciben comida ni vacunas periódicas en la escuela, sufren aislamiento social y mayor ansiedad, y están expuestos a casos de abuso y violencia. A algunos, el cierre de las escuelas los ha llevado al abandono escolar, el trabajo infantil y el matrimonio precoz. Muchos progenitores no han podido continuar trabajando mientras compaginaban las necesidades que tenían sus hijos de recibir atención y aprendizaje. Algunos han perdido por completo sus empleos, sumiendo a sus familias en la pobreza y creando una crisis económica más profunda. Aunque el aprendizaje a distancia ha sido un salvavidas para millones de escolares, el acceso a la tecnología y la calidad del plan de estudios han sido desiguales incluso dentro de las comunidades y los distritos escolares” [43].

Según Unicef, la pandemia fue la mayor crisis global para los niños en los setenta y cinco años de existencia de la organización. Se estima que 100 millones de niños más de lo previsible pasaron a ser pobres durante la pandemia, y que llevará al menos siete u ocho años volver a los niveles prepandémicos de pobreza infantil [44]. Para entonces, habrán dejado de ser niños, y muchos jamás recuperarán lo que perdieron. Millones quedaron excluidos del sistema escolar. Algunos de los más grandes, y de los más pobres, adelantaron su incorporación al mundo laboral en condiciones de precariedad. Esta inserción (un poco) más temprana reducirá sus ingresos en el futuro y los hará aún más pobres, ya que los trabajos mejor pagos requieren mayor educación. Aun los que pudieron permanecer en el sistema educativo perdieron aprendizajes. Y aunque todos los chicos se hayan atrasado, los más pobres, con menos acceso a la escuela a distancia, con menor capacidad de recuperar de modo particular lo que la escuela no les dio, se atrasaron también en términos relativos. Reciben menos educación, pero también menos educación que otros, que competirán contra ellos con ventaja en el futuro, y eso los aleja cada vez más de la salida de la pobreza.

A diferencia del efecto que vemos en la población en general, o en las mujeres, de aumento de pobreza debido a pérdida laboral o incremento del tiempo dedicado al cuidado familiar, esta es pobreza de más largo plazo. Quien perdió su trabajo y quien se quedó en su casa cuidando a la familia fue volviendo adonde estaba a medida que la economía, antes o después, se fue recuperando. La educación que los chicos perdieron no se restablece automáticamente, y en muchos casos ya es irrecuperable, a menos que se encare con seriedad, casi con fanatismo, una cruzada para hacerlo.

En 1990, Noruega se encontró con que estaba recibiendo ingresos extraordinarios por la explotación petrolera del mar del Norte. Decidió entonces que esos beneficios eran de todos los noruegos, no solo de los de entonces, sino también de los que vendrían. Así que apartó una porción considerable de dinero y, en vez de gastarlo, lo invirtió en un fondo, el Statens Pensjonsfond Utland, que hoy vale más o menos un billón de dólares, o algo más de 250.000 dólares por cada noruego vivo. Podrían haber utilizado ese ingreso extraordinario para vivir mejor en ese momento, pero decidieron realizar una transferencia intergeneracional para los que vendrán, en una escala de tiempo que supera la de quienes toman la decisión.

Como los efectos sobre los niños se producen también de manera muy gradual y en una escala de tiempo que nos supera, no lograremos discernir cuáles de ellos que serán visibles dentro de una década podrían deberse a lo que pasó en estos años de pandemia.

En la película Shrek, Lord Farquaad anuncia que enviará caballeros a rescatar a la princesa secuestrada por un dragón peligroso. “Tal vez algunos de ustedes mueran”, aclara, “pero es un sacrificio que estoy dispuesto a hacer”. ¿Habremos hecho esto con los niños? ¿Obtuvimos hoy ventajas nosotros, los adultos, que sobrepasan con mucho el costo que soportarán ellos en el futuro? Es posible que hayamos generado una enorme transferencia intergeneracional, como Noruega, pero al revés: para resolver del modo más económico posible los problemas actuales, les pasamos la cuenta a las generaciones futuras, que pagarán con pérdida de oportunidades y de años de vida [45]. No lo sabemos, ni podemos saberlo todavía. Pero es algo para tener en cuenta y que quizá deberá ser reparado.

Y ya que estamos en el tema de la desigualdad, el Banco Mundial estima que para 2023 los países más desarrollados habrán alcanzado una recuperación económica total respecto de los niveles prepandemia. Sin embargo, en el resto del mundo la economía estará 4% por debajo de esos indicadores (y este valor crecería a 7,5% en los países con economías particularmente frágiles y vulnerables) [46]. Si no vemos el problema, si no intentamos resolverlo, si no logramos hacerlo, habrá un aumento global de la pobreza y la desigualdad. Y el incremento de la brecha entre ricos y pobres, que podemos comprobar dentro de un país, tal vez también se produzca entre países: los que ya eran más ricos se recuperarán más rápido, mientras que los demás experimentarán un aumento de la desigualdad, la pobreza y los conflictos que, a su vez, los volverán aún más pobres.

 

Catástrofe salvaje

 

La crisis de la pandemia se fue resolviendo, y hasta podríamos afirmar que de manera bastante veloz para la gravedad y extensión que tuvo: ya vimos que contar con vacunas seguras y efectivas y aplicarlas masivamente en solo uno o dos años fue un logro extraordinario. Pero también sabemos que la catástrofe asociada no se superó todavía, y sin duda demorará mucho más.

No es casual: las crisis incluyen muchos problemas domesticados que pudimos solucionar con determinación, recursos y pericia, mientras que la catástrofe es la cola de la complejidad asociada con los efectos cruzados y de largo plazo de lo que no pudimos o no supimos advertir. Lo que pasó y lo que hicimos —y no hicimos— confluyó en que cada parte del sistema haya resultado afectada, a veces con tanto retraso y tanta retroalimentación que no vimos venir los golpes.

Como si recién hubiéramos chocado en una noche oscura, todavía no sabemos cuál es el daño real de la pandemia. Es muy pronto para obtener mediciones claras y razonablemente definitivas, y necesitamos además cierta perspectiva histórica para analizar lo ocurrido. Pero está claro que el daño es extenso y, en parte, provocado por nuestra dificultad para entender, planificar y actuar en una situación en la que los perjuicios se producen a muchos niveles. Tampoco podemos saber cuánto de lo que pasó se debió a la pandemia en sí, a nuestros intentos por mitigarla o a una combinación de todo.

Es muy tentador, en este punto, ir hacia dos opuestos: culpar por todos los males a los decisores (gobiernos, organizaciones) o palmearnos la espalda y decir: “Bueno, hicimos lo mejor que pudimos”. Pero esto sería más de lo mismo: así como nos cuesta entender los efectos en diversos planos, también nos resulta difícil asumir que la responsabilidad presenta distintos niveles: después de todo, si los decisores se equivocaron, nosotros los elegimos; si hicimos lo mejor que pudimos, ¿cuáles son las condiciones que determinaron que no se pudiera hacer más? Ninguno de estos dos caminos sirve para aprender. El optimismo y el pesimismo históricos son, en cierto modo, errores simétricos, y lo mismo pasa con la complacencia y la autoflagelación. En el caso de los decisores, no es sencillo tomar medidas sobre la base de información que cambia a cada momento, con recursos limitados, en medio de presiones de las diferentes partes interesadas, sin entender demasiado las consecuencias posibles de esas decisiones y ante sociedades que insistimos en que se debe actuar, como sea, pero actuar. Sin duda hubo errores, pero también aciertos, y tenemos que entender mejor ambas cosas. 

Por otro lado, pensar que se hizo lo máximo que se pudo es un autoengaño para evitar tomarnos el trabajo de analizarlo. Quizá no lo hicimos. Y si vemos que podríamos haber hecho las cosas de modo más adecuado, cuanto antes lo sepamos y lo aceptemos, mejor será.

Estamos dejando esta pandemia atrás, pero ¿cómo prepararnos para la próxima vez que debamos enfrentarnos a un problema salvaje de esta magnitud? Veremos eso en el próximo, y último, capítulo.

NOTAS 

 

[30] https://ourworldindata.org/covid-deaths

[31] https://ourworldindata.org/excess-mortality-covid

[32] https://www.bmj.com/content/375/bmj-2021-066768

[33] https://blogs.worldbank.org/opendata/impact-covid-19-poverty-and-inequality-evidence-phone-surveys

[34] https://www.worldbank.org/en/topic/poverty/overview

[35] https://www.nytimes.com/2021/10/28/health/polio-measles-vaccinations-covid.html

[36] https://www.who.int/news/item/10-11-2021-global-progress-against-measles-threatened-amidst-covid-19-pandemic

[37] https://www.hopkinsmedicine.org/health/wellness-and-prevention/sitting-disease-how-a-sedentary-lifestyle-affects-heart-health

[38] https://bmjopen.bmj.com/content/8/1/e019862.long

[39] https://www.cdc.gov/obesity/data/children-obesity-COVID-19.html

[40] https://www.economist.com/graphic-detail/2021/10/11/covid-19-has-led-to-a-sharp-increase-in-depression-and-anxiety

[41] https://www.who.int/news/item/02-03-2022-covid-19-pandemic-triggers-25-increase-in-prevalence-of-anxiety-and-depression-worldwide

[42] https://news.un.org/es/story/2020/12/1485192

[43] https://www.unicef.org/lac/comunicados-prensa/las-escuelas-siguen-cerradas-para-casi-77-millones-de-estudiantes-18-meses-despues-de-la-pandemia-unicef

[44] https://www.unicef.org/press-releases/covid-19-biggest-global-crisis-children-our-75-year-history-unicef

[45] Otra vez, ¿no estamos haciendo esto también con la crisis climática?

[46] https://www.worldbank.org/en/news/press-release/2022/01/11/global-recovery-economics-debt-commodity-inequality

 

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